Capítulo Uno
Frenaron la marcha a unos cincuenta metros de la muralla. El sol del otoño, aunque débil, daba una cálida sensación de bienestar a través de la pesada cota de anillas. El viento susurraba, a lo lejos, unas tensas notas, que predecían batalla, y el irritante olor del fuego les hizo agudizar la mirada a los guerreros hacia la puerta de la ciudad. Unos veinte guardias avanzaban desde allí en su dirección, y otros cinco se veían a lo lejos quemando el carro de algún mercader; algún mercader que seguramente se encontraba en una mala época en cuanto a la venta de mercancías y, por tener dinero para pagar un impuesto que no existía en realidad, esa corrupta guardia de varrok estaba quemando sus pertenencias. El más grande de los guerreros, una bestia grande que a todas las luces tenía una pinta de Berzeker del Norte, uno de esos guerreros de largas barbas que partían el craño y desgarraban la carne de cuanto oponente se le cruzara, escupió a un lado con malhumor. En cambio, el alto y de apariencia joven arquero, que vestía suaves túnicas que acompañaban su porte de arquero élfico, tenso tranquilamente la cuerda de su arco con tres flechas, que fueron a parar a la cabeza de tres de esos guardias que atacaban las pertenencias del pobre mercader. Por otra parte, un guerrero de porte normal, casi con apariencia de ser humano, desenfundó su cimitarra y ataco a los dos guardias que habían quedado vivos, paralizados del sorpresivo ataque del arquero; nadie sabía de que sombra había salido éste último guerrero, y en la misma sombra desapareció para reaparecer sobre las huestes de guardias que habían ido a atacar a sus compañeros y que ya estaban siendo diezmadas por los violentos ataques del berzeker, que con una gran espada, una de esas míticas espadas que habían pertenecido a la guardia de Saradomin en las épocas de las Guerras de los Dioses. No tardaron más de veinte minutos en acabar con los guardias. Entonces el arquero, que se había acercado al mercader, tomó unas cuantas monedas de oro de su alforja y se las dió al pobre diablo, para que pudiera recuperar el dinero que había perdido con ese ataque.
Entonces todos los guerreros se dirigieron nuevamente hacia la puerta de Varrok, para poder acortar camino hacia el Este atravezando la ciudad. Allí, parado en el camino, inmutable como el cielo y la noche, un mago aguardaba su llegada.
-Espero que esten orgullosos, comenzó hablando el mago, de acabar con un par de soldados que no habrán de volver a sus casas, de ver a sus familias, de jugar con sus hijos, visitar las tabernas, otra vez-. Los guerreros siguieron avanzando, y a lo lejos, el casi humano sentenció, - Muchos guardias fueron atacados, pero la furia del berzeker, mi furia, la de jose, bien sabes que fué medida... Solo cinco guardias murieron, cinco ratas que vivían del abuso a los visitantes que pasaban por esas puertas, nada más-. Cuando el joven dió media vuelta, para ver la respuesta del mago, el paisaje fué todo lo que vió. Escupió fuertemente, y con una sonrisa alcanzó a los demás, que a esa altura ya lo estaban esperando en la puerta de la ciudad. Allí una figura conocida, un mago, los esperaba, pero no los miraba con alturas, sino con aprecio.
- Así que son verdad los chismentos - comenzó hablando el mago, dracomante, llamado el Señor de los Dragones por su habilidad de cazarlos, domesticarlos, e incluso convertirse en ellos, con una sonrisa en la cara - De un gran berzeker, un arquero con talla de elfo, y un viajero humano - dijo formando una sonrisa aún mayor al repasar lentamente el humano - que van a la guerra contra los Hermanos Barrow, regentes de las tierras oscuras del Este-.
- No - respondió el viajero - No somos tres en busca de su muerte, son dos grandes luchadores de la luz en la busqueda de aplacar la oscuridad... Y un pobre viajero que solo se interesa por ver que los seres oscuros de menor importancia no reciban castigo que no merezcan... Y que la muerte de los Barrow esten sellados por todo el sufirmiento que pueda desbordar la palabra VENGANZA -.
- Creo que eso es suficiente para complacer al rey de Varrok, y a su parlanchin compañero - suspiró el Berzeker, a quien sus amigos llamaban Whity por su piel blanca, común de su tribu - pero no para mi estómago ni mis ánimos, que después de tan largo camino solo quieren una taberna donde disfrutar de una comida con la mejor cerveza, y descansar en la suave envoltura de una muchacha -. Dicho sea de paso que, aunque todos rieron ante la ocurrencia de Whity, sus compañeros pensaban lo mismo, y sin perder demasiado tiempo en saludos y caminatas, el grupo se dirigió a través de la muralla hacia la conocida taberna de Varrok, donde guerreros mercenarios y magos coexistían, donde cualquiera era bien recibido a cambio de unas monedas, la taberna de la luna azul.
El viajero recorría asombrado los callejones de la ciudadela de Varrok, un poco atrasado respecto de sus acompañantes que, por ir delante hablando acerca de los nuevos precios de las cervezas y de la aparente ausencia de ron de la isla de Karamja como consecuencia de un nuevo ataque de piratas. Ellos lo terminaron ignorando por completo debido a la conversación, y seguramente fue por ello que no repararon en la mirada del joven al pasar enfrente de la plaza mayor de Varrok, donde reinaba un barullo procedente de todos los mercados que rodeaban una gran y hermosa fuente, que había sido erigida hacía muchos años en honor a Al-Malii, un viejo maestre de la Orden de los Caballeros de Saradomin que había nacido en esos callejones, y se había criado entre esas gentes de los mercados, que los visitantes, y también los locales, siempre disfrutaban visitar. Era esa fuente, que ahora reconstruida estaba echa de blanco marfil y corría transparente y pura agua, la que otrora había sido de maciza roca, y cuya agua había estado contaminada de sangre troll, orca, y desperdicios humanos. Esas calles habían, no hacía tantos años, estado cubiertas de sangre y cadáveres, y musgos trasgos y troles, centenares de ellos, pululando por esas tierras y asesinando a su paso. Una extraña sensación de magia cubría su mano derecha, a medida que recordaba, a tal punto que se vio obligado a observarla, y lo que vio fue como las llamas, llamas oscuras y frías cubrían sus ropas, pero no lo dañaban, ni a ellas. Y al ver más adelante, a la entrada del palacio, vio una figura, borrosa, derecha, empuñando una de esas espadas oscuras, destinadas a los seguidores del mal dios, del dios oscuro, y llevando una armadura de runita, con inscripciones herejes, en rojo vivo, rojo mágico, oscuro, final.
Un leve empujón volvió en si al joven, y de pronto las llamas desaparecieron. Pero no así las miradas de los curiosos, que lo atravesaban como aguijones. La gente miraba tranquila, solo por tratar de entender que sucedía, pero al ver desaparecer el fuego volvieron a sus temas. Hacía no muchos años se abrían vuelto temblorosos y preocupados a sus casas, a trancar sus puertas, pero los tiempos habían cambiado, y el hecho de que Lord Draco, pues así llamaban al dracomante, acompañara a esos extraños visitantes les daba tranquilidad. No podían sospechar acerca de quien era ese ser que, luego de lo ocurrido, volvía a pisar una ciudad que solo había tenido un sobreviviente al devastador ataque de Zamorak, en la época de la última Guerra, una joven hermosa, de cabellos rubios y ojos castaños, que ocasionalmente manejaba aquella taberna que había heredado de su padre, la taberna de la Luna Azul.
Por supuesto el joven viajero, que aparentaba muchos menos años de los que en realidad tenía, nada podía saber de esto, ni lo incomodo que sería ser recibido por un hidalgo del rey Amstrong, regente de Varrok, por no querer ser recibirlo en persona. Los temores del rey habían sido muy grandes desde que escucho la partida de un grupo de guerreros armados desde la ciudad Bárbara, de guerreros desertores de la Orden de Saradomin, orden que había determinado el curso de la última Guerra, que vagaban por las tierras haciendo trabajos indiferentemente si fueran para piratas, musgos, magos ó lores creyentes. Incluso había oído de cierto trabajo que habían realizado para los infieles de Oriente al rescatar a su visir de las manos de unos mercenarios que, moviendo sus contactos, descubrió trabajaban directamente bajo las órdenes de los caballeros blancos. Y ahora, que los pueblos humanos se encontraban en relativa paz, ese grupo extravagante deseaba pasar a través de sus tierras para ir a la caza de los hermanos Barrows, cosa que en realidad dudaba, ya que hacía mucho tiempo que no causaban molestias y por ello sus cabezas no valían de nada en ningún lugar. Fue por ello que tomó la precaución de enviar una modesta escolta armada al encuentro de los visitantes, a su propia guardia de Élite, y no fue poco su desagrado al enterarse que habían sido diezmados. Por ello resulto una suerte que Lord Draco se encontrara allí justo en ese momento para intervenir, porque nadie habría podido predecir cual habría sido el movimiento de los visitantes al entrar en la ciudad. Suerte que no salió a saludarlos, y que sólo mandó a un hidalgo, porque había allí unas facciones que se habían congelado en el tiempo, unos rasgos que, aún sin rastros de esa pesada y corrompida armadura, podrían haber sido fácilmente reconocidos; la cara de aquel que había tomado su lugar y destruido a su ciudad, la cara de aquel que con su ejército infernal había matado a sus habitantes, la cara de aquel que no respondía sino a su majestad Oscura, y que al final demostró no seguirla siquiera a ella. La cara de aquel general que había guiado a los seres abominables a través de las conquistas del Occidente Medio, de los reinos humanos. La cara de aquel cuya corrupción lo había alejado de la luz a la oscuridad, y luego de la oscuridad a la nada. La cara de ese personaje que lo asaltaba en sus sueños, entre nubes de monstruos y fuego, la cara de sus pesadillas. La cara de Lord Jaunyka.
El hidalgo que recibió a los visitantes en las afueras de la plaza mayor, no ahorro gestos de disculpa en hacer entender a los viajeros que la medida tomada por su rey había sido de total precaución, y que esperaba que a pesar de el breve conflicto armado no quedaran dudas de su humilde pero bondadosa hospitalidad, palabras que fueron acompañadas por unas monedas que dejó en poder de Lord Draco para que los visitantes pudieran disfrutar de una breve estadía en Varrok sin perder tiempo haciendo dinero para conseguir los víveres que necesitaran en su misión. Todo esto dijo e hizo el hidalgo con palabras finas y encubiertas, y provocando que recién mientras saboreaban sus primeras rondas de cerveza tanto el joven como el arquero pudieran caer en sus sentidos; el Berzeker entendió las palabras disfrazadas horas más tarde. Luego de una majestuosa cena, los guerreros se dispusieron a ir a sus alcobas, dejando a Lord Draco en el salón pagando lo consumido. Rápidamente Whity se agenció de una de las jóvenes que se encontraban en el lugar, para poder dormir más comodamente, repuso, pero los otros dos viajeros se tardaron un tiempo más en entrar a su habitación. -¿Qué es lo que pasa? –Preguntó sorprendido José, el arquero, a su compañero –Desde que llegamos no has hecho mas que encerrarte en cavilaciones y tener miradas serias, lo que conociéndote es bastante preocupante. Más el joven no respondió, y José entonces se resignó a ir a su habitación, dejándolo al joven Cyrius sumergido en sus pensamientos. Fue bastantes horas mas tarde que Cyrius se dirigió a su alcoba, con una sola certeza en su cabeza: únicamente sabía que hoy no dormiría, como no lo había hecho desde hacía mucho tiempo, desde antes que comenzara a usar ese nombre anticuado, en aquellos años en que había tenido una vida, hasta que lo traicionara la luz. Lanzando un bufido maldijo por lo bajo a nuestro dios Saradomin, y pasó el resto de la noche en vela, acompañado por una fina botella de ron, que se encontraba por la mitad debajo de su cama…
- Jajaja, esto si que es vida muchachos – Rugió Whity al tiempo que entraba en el salón de la taberna, donde se disponían Jose y Lord Draco a tomar el desayuno mientras decidían que camino tomarían en su cruzada contra los hermanos Barrow. –Bah - Rugió Whity a continuación, y es que era de un uso muy común rugir en vez de hablar para sus gentes, más aún por las mañanas, y más aún en medio de la resaca que lo atacaba – Eso de mapas y caminos se los encargo a ustedes, yo solo se matar, comer… y atender a las jovenes – Sonrió a la joven que lo había acompañado en la noche y que ahora le servía un gran desayuno, obviamente acompañado por cerveza, la mejor solución contra la resaca. No hizo Whity más que probar bocado cuando de inmediato cayó en la cuenta de que su compañero de viajes, Cyrius, no se encontraba presente. Hey José, repuso el Berseker, ¿Dónde se encuentra Lord… Y al decir lord ya frenó en seco, por las largas y serias miradas que sus compañeros sostenían hacia sus ojos… Cyrius? Las miradas ahora bajaron hacia el suelo, con una mueca de preocupación; el jóven había desaparecido.