Capítulo III
Los juglares eran, en la ciudad de Varrok, un espectáculo muy común en las zonas cercanas al mercado los días de compras. Las jóvenes sonrojaban iluminadas por los rayos del sol, al ver que algún joven les regalaba unas flores al tiempo que se cruzaban por los estrechos pasillos, inundados de gentes, comerciantes y compradores, que se encontraban siempre en plena pugna por intentar conseguir los mejores precios, tantos unos como los otros. Los encantadores de serpientes, siempre en sus esquinas místicas donde mezclaban artes mágicas orientales, con dulces tonadas élficas y alguna serpiente vieja, muchas veces ya sin dientes, que ya cansadas repetían con monotonía la rutina de todos los días, ya después de tanto tiempo conscientes que de ellas dependía el ó los ratones que comieran esa semana, ya que por estar tan viejas para cazar a su vez dependían del alimento que el encantador pudiera comprarles, siendo el mismo fruto de su trabajo. Los chicos siempre daban vueltas alrededor de los encantadores, buscando algún cobre perdido entre sus medias para poder ayudar a preservar a su tan querida serpiente, y no faltaba nunca alguna chica que, envalentonada por sus amigos y amigas, permitiera a la serpiente enroscarse en su cuello, siempre con escalofríos, aunque supiera que esa serpiente era tan inofensiva como el pan. Las madres, despreocupadas, charlaban mientras ordenaban sus compras, sentadas en los bordes de la fuente, hablando de tal y cual caballero al ver que pasaba cerca, nunca sin dejar de posar sus ojos en alguna de las damas que acompañaban a su señora a comprar un paño nuevo, puesto que había perdido el último en algún torneo de justas que ya ni recordaba, por dárselo a algún caballero que no quería ni debía recordar. Y allí entre toda esa muchedumbre, avanzaba Cyrius, parte de la misma pero sin embargo encerrado en su mundo. Había querido escapar de la cantina, pero había olvidado que en Varrok todos los días son de compras, y el mercado estaba repleto de gente de todas las procedencias. No había dormido nada, como lo había previsto, y por ello ya al despuntar el alba, o un par de horas antes tal vez, había cedido a la tentación de bajar a la barra de la posada a tomar unas cervezas, ya que el efecto del ron estaba pasando, pero ya no lo podía pasar más. Al bajar las escaleras la vio entrar, y lo primero que atinó a hacer fue a cobijarse en las sombras, y desde allí mirarla. Era hermosa. Y ella había sido el desencadenante de todo, sin ella el mundo se habría perdido. De pronto la joven avanzó hacia las escaleras, y subió hacia los pisos superiores, a los cuartos. Nada raro vio, ni siquiera ese pequeño destello de luz que hacen los magos al fundirse con el éter, con la nada, para reaparecer en algún lugar predeterminado, como unas ruinas al sur de Varrok. Allí había un hermoso jardín, pero la fuerza oscura aún se sentía, y la magia lo había llamado, en su estado inmaterial. Se encontraba a un par de kilómetros de Varrok, y no llegaría a la ciudad hasta la mañana, hasta que los mercaderes ya hubiesen dispuesto sus zonas de trabajo y los compradores inundaran el centro de la ciudad.
Draco, con una sonrisa, estaba esperando a Cyrius en aquel conglomerado de gente, donde gracias a su magia sabía que lo habría de encontrar. Sabía que se encontraba tan perdido, tan mal, como en realidad se sentía, y por ello lo había ido a buscar. – Ya es tiempo Lord – dijo Draco – Creo que sería mejor que partieras ahora, porque no se si tus compañeros entenderán lo que planeas hacer – sentenció. Cyrius no hizo más que afirmar con la cabeza que sintió desaparecer la esencia del mago, fruto de que el hechizo de holograma hubiera terminado. “Con que funcionario público y ocupado”, pensó Cyrius con una sonrisa mientras volvía a la taberna, a buscar sus pertenencias para ir a enfrentar su tarea.
Diez metros no hubo caminado cuando de un momento a otro escucho alaridos. Sin dudarlo corrió hacia el lugar en cuestión, donde un grupo de bárbaros con dos magos renegados, lo sabía por sus túnicas negras adoptadas de los otrora magos oscuros, agarraban a una joven de rehén mientras robaban los puestos de comercio a sus alrededores. Ni siquiera pensó, cuando se formó en su mano Askreitcher, el arco oscuro, y tomó una flecha de su carcaj para perforar el cráneo del bárbaro que mantenía prisionera a la joven. ¡A por él!, gritó el jefe de los bárbaros, que avanzaba con los suyos hacia Cyrius mientras los magos casteaban hechizos paralizantes sobre su oponente. “Principiantes”, sonrió Cyrius mientras frenaba los hechizos con Agatha, la espada sagrada del dios Bandos, al tiempo que deshacía su arco oscuro. Ahora los magos estaban preocupados de que su hechizo no funcionara, y por tanto un poco nerviosos para castear un nuevo ataque, al tiempo que los asustados bárbaros, al ver la espada de la deidad desenvainarse, se replegaban pensando muy bien que hacer antes de proceder. Dos guardias llegaron por los techos a la escena del combate, y una multitud enardecida no sabía quienes eran los malos, si los bárbaros y los hechiceros renegados ó aquel que portaba la espada sagrada, única, de un dios prohibido, casteaba arcos oscuros, y se defendía de la magia sin siquiera parpadear. Finalmente los bárbaros depusieron armas, al oír la indicación de los magos que veían al joven castear un hechizo oscuro con su mano libre. En realidad era una invocación contra los seres oscuros, que golpeaba muy fuerte a todos los no vivos, pero era de procedencia oscura, algunos dicen que el medio del Señor Tenebroso para controlar por medio del miedo a los muertos vivos. Los guardias debían sin embargo eliminar toda amenaza, término en el cual se encontraba incluido Cyrius, quien no habría tenido un buen final de no ser por la intervención de un viejo amigo, que transformó al joven en un montón de chispas, en el momento ideal.
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Mexican hacía mucho tiempo que no hablaba con Lord Jaunyka, y desde aquel momento en que lo vio en las afueras de Varrok se dio cuenta de que esa situación no se podía prolongar más. Hacía años que no lo veía, desde la Última Gran Guerra, desde que al mando de las fuerzas oscuras había peleado contra todo ser vivo hasta que al final se volviera contra el señor Oscuro, finalizando así la batalla al ingresar en una realidad alterna para poder pelear con aquel dios que asustado por primera vez escapaba del plano mortal. El mismo Mexican había realizado los rituales necesarios para poder crear un portal transdimensional, con la ayuda de Lord Draco, pero nadie sabía a ciencia cierta que es lo que allí había sucedido, donde al parecer algo había cambiado en Jaunyka, ya que al volver no dudo en alejarse de Saradomin y su antiguo credo, rodeándose de otros caballeros renegados y volviéndose una pequeña tropa que se regían por principios mercenarios, pero al parecer respondían al Dios Guthix. El gran poder que había mostrado en los últimos días parecía provenir de una pequeña cruzada que había hecho el joven por su parte, en la Isla de los Caballeros de Guthix, donde peleaban con seres de otros planos que intentaban invadir el nuestro. Otrora, en la Tercera Edad del hombre, los caballeros humanos habían invadido parte de esas tierras, y muchas de sus armas, armaduras y conocimientos quedaron sellados al perderse esos territorios en guerras contra los Musliks, los seres de aquella dimensión. No podía sino imaginarse que tipo de trato había entablado con Guthix, Dios del Balance, el caballero renegado, pero lo más probable es que fuera a usar el poder otorgado por el dios para vengarse de algo ó alguien, y por la forma en que se había alejado de la Orden, Mexican no podía sino temer por los suyos. Envuelto en éstas cavilaciones fue a la antigua Torre de los Magos, donde meditaba en planos superiores para poder encontrar la sabiduría que pudiera arrojar alguna luz sobre éstos hechos. Además se encontraba por su parte Lord Draco, quien se había acercado de improviso al grupo de guerreros renegados de Saradomin, y aquel vagabundo que los acompañaba, y parecía tener su poder sellado de alguna manera, y de improviso sintió una gran fuerza oscura en el Norte, en Varrok, pero al centrar su “visión” allí no pudo observar al causante, solo vio un pequeño grupo de Bárbaros y Magos Oscuros, pero nada que denotase ese poder, tan oscuro, pero puro… oscuramente puro.
-Casi te descubren –le dijo Draco a su compañero cyrius-
–Y no hablo de los guerreros del Rey Roald. Mexican está muy preocupado, buscando respuestas en lo alto, y tal vez si no cambias a un mejor disfraz caigas. Además está ese otro tema… ¿Cuál es la verdadera razón que te lleva a los hermanos Barrow, y qué es lo que piensas hacer con la Orden? –
-No te preocupes – repuso Cyrius –nada me interesa de esa Orden, sino aclarar asuntos con su Dios. Y en cuanto a los hermanos Barrow, son asuntos privados en los que no te conviene inmiscuirte, y no intentes penetrar en las mentes de White y José, los deblitarás y nada saben sobre mis planes -.
Ante estas respuestas, que nada respondían, sino que planteaban aún más interrogantes, Draco se despidió de su viejo amigo y se dirigió a sus aposentos, en el palacio real, para poder meditar un poco. Al igual que Mexican, el quería saber cual sería el papel que le tocaría desempeñar en las próximas fechas, pero quería saberlo para evitar cosas que no debieran suceder. Cyrius volvió a la posada, tomo sus pertenencias, y se marchó prontamente, no sin antes dedicarle una larga mirada a aquella hermosa dama que atendía en el bar, por debajo de su hechizo de invisibilidad.