La tormenta atocigaba a todo aquel que se internara en aquel bosque, más aún caída la noche, cuando tan sólo una cansada alma, que por allí transitaba, se dispuso a descansar al pie del gran Ombú que había en un claro, lejos del corazón de la montaña. Allí se acomodo a la interperie como pudo, improvizando una almohada con su faja y un abrigo con su poncho. Solo el viento era percibido por su desarrollada audición, ni el canto de un pájaro, ni el ulular de la lechuza, siquiera algun aullido de can perdido en la inmensidad de aquella nada que lo cubría y rodeaba.
Al poco tiempo de acomodarse, dejó de llover, y por entre las nubes que hasta ese momento cubrían aquel cielo de otoño, de una edad perdida en el tiempo, apareció lentamente la Luna, aquella maravillosa fuente de luz y de vida nocturna, que de pronto iluminó aquel bosque, aquel claro, aquel pie de aquel Ombú donde el viajante, cansado, se encontraba. La luz era hermosa, recortada por las siluetas de los árboles que lenta, pausadamente, se balanceaban al compás del viento, que juguetón fluía de todas partes y hacia ningún lugar, haciendo bailar a las viejas coníferas que muy cada tanto dejaban caer alguno de sus frutos. Y allí, entre pinos, luces, frutos y Luna, pudo divisar un suave camino que parecía estar marcado en el suelo con colores maravillosos, pero invisibles, alguna clase de magia que creara esa sensación no era una locura, pensó, y más en un bosque, donde antiguas criaturas mágicas, tan viejas como la misma tierra, vivían en soledad y comunidades, dejando pistas a los aventureros para que conociesen sus secretos. Tal vez, pensó el joven, tal vez ese fuera un mágico camino, que tan sólo se viera en las noches de luna, o en las noches de lluvia, o aún mejor, en las noches de luna que sobrellevaban a las noches de lluvia; pero mientras pensaba esto, mientras saboreaba con deleite aquel fluir de emociones que nunca antes sentía, otro pensamiento afloro en su mente, subió lentamente desde su corazón, a la cabeza, le dió un escalofrío, y una tenue sonrisa dibujó en su rostro: tal vez, repitió, tal vez ese camino estuviese esperando allí, tranquilo, solitario. Tal vez esa magia, esos colores invisibles que tanto lo atraían, estuviesen ahí desde hacía una eternidad, o tal vez más. Quizás fueran colores de los seres mágicos que habitan en el interior del bosque, o tal vez fueran mas antiguos. Tal vez hiciera edades, si , edades, que lo estuviesen esperando a él, sólo, a él...